Es agosto de 1940. Ramón Mercader entra en el despacho de León Trotsky, en su casa de Coyoacán (México). Se presenta como un joven admirador que va a publicar un artículo en un periódico, como un chico que necesita del creador del ejército rojo para revisar sus escritos. Cuando Trotsky se sienta en su escritorio y centra la mirada en el papel, Mercader clava un piolet en su cabeza.
El joven Ramón, de 27 años, ve sorprendido cómo su víctima no desfallece y grita a los guardaespaldas que ya apresan al español: «No le matéis. Tiene que decir quién le envía». El líder de la revolución rusa, expulsado por Stalin de la URSS en 1929, moría horas después. El comunista catalán ingresó en la prisión mexicana de Lecumberri después de haber recibido una paliza de los guardaespaldas y un mordisco en la mano de un Trotski que se resistía a morir.