A finales del siglo XIX Alemania era el paraíso de los químicos y el mayor emporio mundial de grandes firmas farmacéuticas. Su enorme potencial químico no le otorgó la victoria en la Gran Guerra, pero la industria incrementó su potencia porque Alemania, a falta de productos naturales (café, té…), se las arregló para sustituirlos por sucedáneos: palió la escasez de alimentos con todo tipo de compuestos, elevó el decaimiento nacional con drogas de diverso tipo.
Gran parte de esos productos se exportaban, pero la Alemania de la época de la República de Weimar consumía una alarmante cantidad de drogas y Berlín era el epicentro mundial de los estupefacientes.