Al final de su vida Aníbal Barca se vio obligado a exiliarse de Cartago y refugiarse en el Imperio Seleúcita. Allí sirvió como consejero militar y tuvo ocasión de encontrarse una vez más con su gran enemigo, Publio Cornelio Escipión «El Africano«, en un ambiente lejos de los campos de batalla.
Los romanos nunca entendieron el motivo de que su gran enemigo no hubiera intentado destruir Roma tras la batalla de Cannas y perpetuaron la imagen de un Aníbal a las puertas de la ciudad acobardado por el poder romano. Nada más lejos de la realidad.