Pocas veces se habría visto un brillo más codicioso en los ojos de un hombre. Tras la conquista de Quito, en Ecuador, que se suponía más rica que Cuzco, pero no lo era, el cordobés Sebastián de Belalcázar tuvo noticia de una tierra más al norte llamada: Cundinamarca, donde los reyes eran cubiertos con oro en polvo a su muerte para ofrendarlo a los dioses, naciendo así la actual leyenda de «el Dorado».