Ni arcas perdidas, ni tumbas de faraones, ni ciudades sumergidas, ni ejércitos de terracota. El mayor espectáculo arqueológico de la antigüedad, que quizá yace en algún lugar del gran desierto de Egipto, es un ejército de verdad, compuesto según diversas fuentes por 50.000 hombres, enterrado entero hace 25 siglos por una tormenta de arena que se lo tragó -soldados, camellos, caballos, armas, estandartes y pertrechos- sin dejar ni rastro.
Era el ejército enviado en el 525 a. C. por el rey persa Cambises II para sojuzgar a los amonios, los habitantes del oasis de Siwa, sede de uno de los más célebres oráculos del mundo antiguo. La expedición punitiva persa nunca llegó y nadie regresó.