Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, los largos años de conflicto provocaron que la paciencia del ejército Aliado comenzara a acabarse, al tiempo que apremiaba la urgencia por terminar aquello de una vez por todas. Eso dio lugar a planes más drásticos, algunos bastante estrambóticos y extraños.
Aunque uno de esos planes acabó convirtiéndose, por desgracia, en los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, el departamento de Servicios Estratégicos de la época formuló otro mucho más atrevido algún tiempo antes: feminizar a Hitler a base de hormonas para “amanerar” sus comportamientos y sus impulsos bélicos y hacer que se pareciese “mucho más a su hermana Paula, que trabaja de secretaria”. Así lo revelan varios documentos de la época ahora desclasificados y descubiertos por el profesor Brian Ford.
La teoría es que, con altas dosis de estrógeno mediante, Hitler tendría un carácter más suave al tiempo que perdería su autoconfianza y sus ideas de dominación mundial si de repente le salían pechos y perdía su bigote.